Los hijos son nuestros fieles espejos
- Licda. Giuseppina Varsi _ Psicólga Especialista en
- 12 dic 2017
- 3 Min. de lectura
Al igual que ocurre con todas las relaciones que establecemos con otros, en las que sostenemos con nuestros hijos ellos se convierten también en nuestros espejos, en “el otro” en quien proyectamos aspectos que nos es difícil asumir y que hemos enviado a nuestra sombra. Al convivir y vincularnos emocionalmente con ellos, estarán reflejándonos esos aspectos constantemente en las diferentes etapas en su vida y de la nuestra.
Normalmente y de manera inconsciente proyectamos en los hijos nuestras expectativas de la vida, frustraciones, asuntos de la infancia o adolescencia sin resolver, nuestros "hubiera" y “debiera”, nuestras necesidades insatisfechas, nuestras dudas y temores sexuales, y todos aquellos aspectos que nos asustan y nos avergüenzan y que preferimos seguir negando manteniéndolos en la oscuridad de nuestra sombra, desde donde estructuran la relación que sostenemos con ellos.
Pero los hijos son fieles a nosotros y nos devuelven nítidamente la imagen que les proyectamos cual si fuesen espejos recién pulidos. Por eso debemos prestar atención a ésta. Observémosla sin juicios, como expectadores que quieren reconocerse en lo que ven. Se nos presenta en forma de las emociones que sentimos cuando vivimos determinadas situaciones con ellos, mediante lo que pensamos en esos momentos, por medio de nuestros comportamientos y de las decisiones que tomamos en esas ocasiones donde una conversación se convierte en una pelea, una palabra en un insulto, una caricia en una agresión. Tomemos todas estas piezas y armemos el rompecabezas:
Por qué ese hijo nos saca tan fácilmente de nuestras casillas? Por qué nos desagrada más que los otros? Por qué nos resulta tan difícil amarlo? Por qué estamos empeñados en cambiarlo? Por qué lo presionamos insistentemente para que haga o deje de hacer algo?
Las respuestas a estas preguntas nos van a permitir tomar consciencia de nuestras creencias limitantes y emociones inconscientes, y probablemente nos van a reflejar una imagen que no nos gusta, pero es la nuestra, no la suya. Ellos no son una extensión de nosotros, y no pueden cerrar nuestros asuntos inconclusos. Empecemos a buscar el cambio en nosotros mismos, trascendamos nuestras propias historias; y dejemos de sembrar heridas que se van acumulando y nos dañan profundamente tanto a ellos como a nosotros. Convirtámonos en adultos emocionales y permitamos que nuestros hijos lo puedan llegar a ser también. Mientras no lo hagamos difícilmente podremos cambiar de forma real, profunda y permanente la relación. Ese es nuestro verdadero reto como padres.
No es la seguridad material que les demos sino la emocional la que los llevará a ser responsables de cómo lleguen a gestionar su propia vida, de las situaciones que experimenten al tomar ciertas decisiones. Esa seguridad emocional es la que se deriva de la capacidad de conocernos a nosotros mismos, de ser conscientes de nuestras creencias limitantes y de nuestras emociones, y de ser capaces de observarlas sin enjuiciarnos, con un auténtico respeto y amor por nosotros mismos; con un claro reconocimiento de lo que en realidad somos, valorándoos por ello y no por lo que hacemos. Esa seguridad no se aprende en un libro, en una escuela ni en una universidad. No es necesario que gastemos dinero para que nuestros hijos lleguen a ser adultos emocionales y reconozcan su grandeza. Será el regalo que les demos cuando la experimentemos nosotros, cuando hayamos desaprendido creencias limitantes, nos sintamos emocionalmente libres y dejemos de atarlos a nuestras propias historias. En ese momento podremos soportar nuestra sombra, y seremos más conscientes de cuándo la estamos proyectando en ellos. De esta forma la relación podrá fluir más fácilmente desde el amor y no desde el miedo, la tristeza, la culpa o la ira.
Y tú, sabes que estás proyectando en tus hijos?

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