Cómo influyen nuestras creencias en la forma cómo conducimos?
- Licda. Giuseppina Varsi _ Psicólga Especialista en
- 24 jul 2017
- 3 Min. de lectura
Mucho se ha escrito sobre el tema de la violencia en las carreteras y los accidentes de tránsito. Las cifras que se nos proporcionan evidencian su aumento en muchos países, aspecto que ha propiciado no solo que la Organización Mundial de la Salud declare esta situación como uno de los más serios problemas de Salud Pública, sino que se lleven a cabo innumerables esfuerzos para disminuirlos.
Tales esfuerzos, como muchos otros que realizamos los seres humanos, buscan sin duda contribuir al fortalecimiento de un mundo pacífico. Sin embargo para el logro de todo objetivo que busque propiciar la paz en nuestro entorno debe existir un paso previo, el alcance de nuestra paz interior. Más allá de todas las acciones que emprendamos dirigidas hacia el colectivo social, el cambio personal es imprescindible. Es éste el que tarde o temprano puede llegar a modificar nuestro mundo externo. No tenemos control sobre el cambio de los demás, pero sí podemos gestionar el propio. Por lo tanto, en el caso de la violencia en las carreteras, volvamos la mirada hacia los aspectos que nos mueven a comportarnos de forma agresiva en estos espacios, y que podemos controlar, tomando la decisión de cambiarlos y actuar consecuentemente.
Como ocurre con todas las situaciones que vivimos, en el momento de conducir somos guiados por creencias de las que no somos conscientes. Éstas nos llevan a percibir las vivencias que experimentamos de una determinada forma, a partir de la cual tomamos decisiones y realizamos comportamientos específicos como adelantar en zona prohibida, saltarnos la luz roja de un semáforo o “acelerar a todo gas” para pasarnos la amarilla, enfurecernos con otro conductor porque no avanza como quisiéramos, conducir a alta velocidad, etc. Y nos sentimos muy confortables con estas decisiones y acciones porque son coherentes con las creencias que las originaron, las cuales no ponemos en duda en ningún momento porque ni siquiera somos conscientes de ellas.
Estas creencias pueden ser muchas y están arraigadas en nuestro inconsciente individual, familiar y social. Una de ellas puede ser creer en la competencia, la cual nos lleva a la necesidad de demostrar constantemente que somos mejor que los demás. Bajo esta óptica percibiremos muchas de las situaciones que nos ocurren como amenazas personales y respondemos ante ellas con violencia, intentando demostrar que somos mejores. En este contexto las carreteras no serían más que otro lugar para hacerlo, un campo de batalla al cual llegamos a pelear para ganar, y la conducción se convierte en la acción para alcanzar nuestro objetivo.
Otras creencias pueden ser: “Yo soy completamente libre, hago lo que quiero”, “Tengo que ser fuerte y válido”, “Si no me ven no existo”, “Si yo hago las cosas de cierta manera, los demás las tienen que hacer igual”, “Nadie ayuda a nadie”. La lista podría ser larga. Lo importante es que tomemos consciencia de cuáles son las que nos mueven y cuáles son las emociones, sentimientos y pensamientos que nos generan y nos llevan a tomar decisiones y comportarnos de una determinada manera cuando conducimos. Nos daremos cuenta de que nuestra forma de actuar al conducir es la misma que presentamos en la mayoría de las situaciones que experimentamos, y podremos asumir nuestra responsabilidad en ello. Seguir buscando culpables fuera solo nos lleva a perpetuar el victimismo y no ayuda a cambiar nada. Cuando nos hacemos responsables de lo que hacemos en la carretera recuperamos nuestro poder, se lo quitamos al otro y dejamos de responder a sus decisiones y acciones. Comprendamos que el mundo es una pantalla en el que vemos reflejadas nuestras proyecciones. Cuando percibimos rabia y violencia en los demás estamos viendo nuestra propia rabia y forma violenta de reaccionar. Y por supuesto que recibiremos más de lo mismo porque es lo que estamos entregando.
Dejemos de esperar que el entorno cambie, que otros actúen, que cambien leyes, que modifiquen la estructura vial, etc. Eso es importante más no es lo que realmente transforma y sostiene el verdadero cambio en una sociedad que desea evolucionar hacia estados colectivos de ser superiores. Y sobre todo, dejemos de pensar y de juzgar lo que hacen o no los demás conductores, de proyectar en ellos nuestras emociones. Asumamos nuestra responsabilidad. Nos ahorraremos muchos esfuerzos fallidos por “cambiar la situación” así como el sentimiento de frustración que el no lograrlo lleva implícito. Decidamos tomar consciencia de las creencias que nos mueven y empecemos a modificarlas. Como en todas las situaciones de nuestra vida, la alternativa es desaprender aquellas viejas y limitantes para reaprender nuevas. De esta forma sanamos nuestro interior de la culpa, el miedo y la rabia, modificamos nuestra percepción del mundo externo, y éste, que no es más que nuestro interior proyectado, sanará también. Aquí radica la clave para dejar de percibir las carreteras como un campo de batalla y empezar a visualizarlas como lugares para trasladarnos ordenadamente en este espacio tiempo, territorios que en armonía podemos compartir con nuestros compañeros de viaje.

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