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Cuando los niños se “enferman” hay que revisar los conflictos emocionales de los padres

  • Licda. Giuseppina Varsi _ Psicólga Especialista en
  • 11 may 2017
  • 5 Min. de lectura

En uno de los primeros cursos en mi carrera de Psicología un profesor nos contaba la anécdota sobre una señora que llegaba a un servicio de Urgencias con su niño enfermo diciendo que era una emergencia. Se le acercó un médico argumentando que no lo era. Desde la perspectiva médica el niño no se encontraba en una condición de urgencia; más la madre sí. Ella estaba viviendo la experiencia de forma tal que se sentía muy angustiada y fácilmente evidenciaba su emoción de miedo. Desde entonces tuve muy claro la importancia de la gestión de las emociones de la madre en los momentos de enfermedad de sus niños, aspecto que muchas veces los profesionales olvidamos o desestimamos.

Existen muchas formas de abordar este tema. Yo lo haré desde la Bioneuroemoción®, según la cual las emociones de la madre, en un porcentaje muy alto, y las del padre, en uno menor, juegan un papel fundamental en todo el proceso de enfermedad de los niños. Los planteamientos de la Epigenética entre otros, fundamentan teóricamente esta posición.

El Dr. Bruce H. Lipton, Ph.D, reconocido por su trabajo científico en el campo de la Epigenética, en su libro “La Biología de la Creencia” explica detalladamente los mecanismos mediante los cuales la vida de los padres influye en la mente y el cuerpo de su hijo durante los meses previos a la concepción y durante su estadía en el útero materno. Puntualiza que durante esta última tenemos una vida que influirá profundamente en nuestra salud física y emocional. Cita a Peter W. Nathanielsz (“Life in the Womb: The Origin of Health and Disease”), quien afirma que la calidad de la vida en el útero es determinada por las experiencias vividas por nuestra madre y establece nuestra susceptibilidad a enfermedades coronarias, infartos, obesidad y osteoporosis entre otras.

Para ilustrar lo anterior, el Dr. Lipton señala que en las culturas aborígenes, conocedoras de la influencia del ambiente en la concepción desde hace milenios, las parejas antes de concebir un hijo purifican mente y cuerpo en un rito ceremonial.

Explica el Dr. Lipton que al estar el niño expuesto a las emociones generadas por las experiencias vividas por la madre antes y durante el embarazo, al nacer traerá su “impronta” o “música emocional de comportamiento”, como él le llama. Esta “huella” aunada a la influencia que tengan en él las emociones experimentadas por su madre luego del nacimiento regularán su actividad genética y por tanto el desarrollo de su estado de salud (La “Epigenética” establece el papel fundamental de los factores ambientales en esta regulación y contradice el paradigma del “determinismo genético” según el cual nuestra salud está regida únicamente por los genes).

Adicionalmente a los planteamientos de la Epigenética, algunos aspectos relativos al desarrollo de la actividad cerebral amplían un poco más la comprensión de la influencia de los conflictos emocionales de la madre y el padre en las enfermedades de sus niños.

La actividad cerebral de los niños de 0 a 3 años de vida se basa en ondas delta, que son las ondas de frecuencia más baja del electroencefalograma (1 a 4 ciclos por segundo), las cuales en un cerebro adulto están asociadas a los estados inconscientes o de sueño. Entre los dos y los seis años de edad su actividad cerebral aumenta y opera fundamentalmente bajo la influencia de ondas de mayor frecuencia, las ondas theta (4 a 8 ciclos por segundo). En los adultos la actividad theta está asociada con estados de ensueño o imaginación. En el estado theta los niños pasan la mayor parte del tiempo mezclando el mundo imaginario con el mundo real.

La actividad cerebral de los niños de menos de 6 años es entonces predominantemente delta y theta. Esto significa que sus cerebros están operando a niveles por debajo del consciente, en un estado similar a un trance hipnótico. En éste observan detenidamente su entorno y lo empiezan a comprender de acuerdo a las interpretaciones de sus padres, grabando directamente en el subconsciente las percepciones fundamentales que éstos tienen sobre la vida tal y como ellos se las transmiten, sin que su mente consciente (en ese momento latente) intervenga y las discrimine. En otras palabras, hacen suyos los comportamientos y creencias de sus padres.

En general en el estado delta y theta los niños no son capaces de generar conflictos propios, puesto que no pueden estar en incoherencia. Si tienen dolor lloran; si están contentos ríen; si desean algo lo piden, etc. No esconden ni reprimen sus emociones. Por tanto si presentan un síntoma físico están expresando la respuesta biológica a un estado emocional de su madre, a la que están unidos emocionalmente. Específicamente hasta los 3 años, momento en el cual la actividad cerebral está regida por ondas delta, el niño y la madre están literalmente fusionados emocionalmente; el niño es la madre, y vive todas sus experiencias y emociones como si fueran propias.

Todos los planteamientos expuestos anteriormente fundamentan la perspectiva de la Bioneuroemoción® que establece que los síntomas o enfermedades físicos, emocionales o de comportamiento que presente un niño desde su nacimiento hasta los 6 años (algunos autores amplían el período hasta los 10), son el reflejo de un conflicto emocional de la madre en un 80%, o del padre en un 20%. El conflicto puede estar asociado a una situación vivida por ellos 9 meses antes de la concepción de su hijo, durante su vida intrauterina, en su nacimiento o en el momento en que le aparece el síntoma. La experiencia de esta situación genera en los padres emociones que se reprimieron, resentires no dichos. Según la gravedad del síntoma del niño será la intensidad del conflicto emocional de los padres. Debo aclarar que para la Bioneuroemoción® no es lo mismo que un niño presente un síntoma o enfermedad física, emocional o de comportamiento en un momento determinado, a que haya nacido con éstos. En este último caso debemos revisar también otra información.

Existen estudios que nos hablan de situaciones en las que niños con síntomas físicos de dolores en los brazos tenían madres que sentían o sintieron durante su embarazo o antes de él, una emoción de rabia profunda por su trabajo que no habían podido expresar. Otros niños con dolores de rodilla tenían madres que sentían o sintieron durante el embarazo una rabia profunda por tener que cuidar a su madre. Otros con problemas de audición tenían madres que se sentían hartas de escuchar mensajes que no querían oír. Por supuesto esta información no pretende ser categórica. No podemos ni debemos ser deterministas y decir que todas las madres que han experimentado esas emociones van a tener niños con los problemas citados. Cada persona tiene su propia historia y vive su propio proceso, y hay que saber interpretarlos. Lo que sí podemos concluir es que para los padres la enfermedad de un niño, más allá del dolor que pueda ocasionarles, es una posibilidad de descubrir cuáles son sus emociones bloqueadas y sanar emocionalmente. Para ello solo tienen que estar dispuestos a ser honestos consigo mismos y contactar con esas experiencias vividas y emociones sentidas y bloqueadas, sin juzgarse ni culpabilizarse de nada, recordando siempre que ellos también nacieron con su propia “música del comportamiento”. Esta es puede ser una maravillosa oportunidad para sanar ellos y permitir que sus hijos lo hagan también.

 
 
 

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