Fidelidad familiar o llevar a la familia en el corazón?
- Licda. Giuseppina Varsi _ Psicólga Especialista en
- 6 abr 2017
- 3 Min. de lectura
Los dos conceptos implicados en el título de este post son muy diferentes y excluyentes entre sí. De cada uno de ellos se derivan emociones, sentimientos y pensamientos tan diversos que nos hacen percibir la vida y las situaciones que experimentamos de manera también muy diferente. El primer concepto se refiere a una creencia; el segundo a una decisión que conscientemente tomamos luego de haber comprendido realmente la historia de nuestra familia, padres, abuelos y otras personas significativas.
De la creencia en la fidelidad familiar se deriva la necesidad de apegarnos a las cosas que se nos han enseñado en la familia. Esta información se anida en nuestro inconsciente como una verdad absoluta. Al no ser conscientes de ella, se convierte en un programa que gobierna nuestra vida sin nosotros cuestionarnos al respecto. De esta creencia se deriva también el sentimiento de la culpabilidad, cuando por alguna razón nos desviamos de lo establecido, incumpliendo estos “mandatos familiares”. Y empezamos a vivir en un estado de culpabilidad sin siquiera ser conscientes de ello ni del programa que lo origina. Experimentamos la culpa mediante algún síntoma físico, mental, emocional o de comportamiento y aprendemos a vivir con ella y gestionarla por vías que la mayoría de las veces no incluyen una toma de consciencia al respecto. Del estado de culpabilidad derivan otras cosas como la ilusión del pecado y el sentimiento de no merecimiento, por citar solo dos.
Esta creencia nos mantiene unidos a la red energética familiar y nos hace sentir aprobados y pertenecientes a ella. Sin embargo también nos limita, porque nos hace percibir las situaciones que vivimos de forma tal que nos ocasionan sufrimiento. Cuando tomamos consciencia de la información asociada a ella damos el primer paso para trascenderla. El segundo lo damos al entender que esta creencia encierra toda la información relativa a las experiencias vividas por nuestros padres, abuelos y otras personas de la familia. Esta información es el resultado de sus propias vivencias y cuando la hacemos nuestra, hacemos nuestras también sus historias. Cuando comprendemos esas historias y las entendemos como suyas, honrando el sufrimiento que les causaron y agradeciendo el aprendizaje que nos dejaron, podemos trascender la creencia, nos damos el permiso de cuestionarla para desaprenderla y aprender otra que nos haga ver la vida diferente. Y lo hacemos sin culpa, por el contrario, abrimos los brazos para recibir lo nuevo con la certeza de que será para nuestro mejor bienestar. En este momento, y sin darnos cuenta, estamos perdonando a nuestros padres y nuestra familia y estamos listos para empezar a llevarlos en el corazón.
Llevar a la familia en el corazón implica honrar a nuestros padres, abuelos, hermanos, etc. pero desde la orilla de la vida, devolviéndoles sus historias, y empezando a vivir la nuestra sin tener obligatoriamente que sentir, pensar o percibir el mundo igual que ellos. Implica recobrar nuestra libertad y asumir la responsabilidad por nuestro propio destino. Implica entender que éste no es producto del azar ni depende de otras personas, sino que es el resultado de nuestras elecciones, decisiones y acciones. Implica dejar de sentirnos víctimas por lo que nos hizo nuestra familia y pasar a ser los creadores de nuestra propia historia. Es aquí cuando empezamos a entender el significado del amor, y dejamos de vivir la “ilusión del amor” que sentíamos al creer en la fidelidad familiar como medio para obtener la aprobación de la familia, y evitar nuestra exclusión de ella. Es aquí cuando empezamos a amarnos, aceptarnos y respetarnos a nosotros mismos por lo que somos y no por lo que nuestros padres, abuelos, hermanos, etc. consideran o consideraron que debíamos ser. En este momento empezamos también a amar realmente a esas personas, sin esperar que fueran diferentes, ni que hicieran lo que nos gustaría que hubieran hecho por nosotros. Empezamos a humanizarlos y verlos como realmente fueron o son, sin sentirnos superiores o inferiores a ellos. Comprendemos que lo que hicieron o dejaron de hacer es lo único que pudieron de acuerdo a sus circunstancias de vida. Por tanto entendemos que no hay nada que tengamos que perdonarles ni nada que ellos tengan que perdonarnos a nosotros.

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